¿De Dónde Eres?

Como puertorriqueño, la pregunta “¿de dónde eres?”, la escuché por primera vez en la universidad. Mi contestación y la de mis compañeros variaba según el pueblo adyacente al recinto donde nos encontrábamos. A últimas, casi todos compartíamos la similitud de vivir en el centro o norte de la isla. La contestación no reflejaba tanto los cambios culturales, sino más bien a qué equipo apoyabas en el baloncesto. Sin embargo, como inmigrante en los Estados Unidos, he escuchado la pregunta incontablemente en los últimos 6 años. “¿De dónde soy?”; buena pregunta.

Si mi contestación fuera simplista, contestaría como diría el grupo puertorriqueño de música nacionalista Fiel A La Vega: “Yo sería borincano aunque naciera en la Luna”. Pero esa contestación tan solo sería una porción de la realidad, una percepción incompleta de mi persona y mis influencias formativas. Recientemente escuchaba a la escritora Taiye Selasi hablar sobre la inadecuación de la pregunta “¿de dónde eres?”. La escritora sugiere que no “somos” de un país, sino de los lugares locales en que vivimos y donde forjamos nuestra humanidad. Sus palabras me hicieron pensar. ¡Ni siquiera contestar que crecí en Puerto Rico sería una respuesta adecuada! La respuesta específica sería que crecí mayormente en Morovis. Un pueblo en la montaña, pequeño, donde todos se conocen de alguna forma u otra y donde hasta hace unos años había una sola escuela superior. Un pueblito donde la única sala de emergencias es vigilada por mi tía que es enfermera y donde conocía a la mitad del magisterio porque mi mamá es maestra y mis amigos también tenían padres maestros. Crecí escuchando pájaros y me levanté escuchando gallos. Crecí yendo a una escuela donde las vecinas eran las vacas y los niños se escapaban para correr en el monte. Definitivamente mi experiencia fue diferente a la de los niños que crecieron en el área metropolitana o en la costa. Soy de Morovis. Ahora bien, si tuviera la audacia de generalizar mi identidad como puertorriqueño, excluiría un matiz de contextos que crean la experiencia puertorriqueña.

El puertorriqueño no es solo de Puerto Rico, es también de las Antillas. Las Antillas es esa zona geográfica donde pequeños terruños unen sus diferentes historias, idiomas, colores de piel y tradiciones en una fantástica constelación de individualidad. Soy de las Antillas. A su vez, las Antillas comparten la realidad social del Caribe. El Caribe es típicamente romantizado con música alegre, colores vivos, el hermoso paisaje del mar, cruceros con destino a plena relajación. Pero el Caribe es mucho más que un destino turístico. El Caribe comparte en gran manera la mezcla genética y cultural de nuestros respectivos indígenas con españoles oportunistas que a su vez trajeron africanos para explotar nuestras tierras. Pero eso es tema para otro momento. El Caribe tiene su forma distintiva de ser, de ver el mundo, de ser la llave a la mayoría de los continentes, de sobrevivir tormentas y huracanes, de valorar la vida y el trabajo fuerte. Soy del Caribe.

En cierto momento la vida me dirigió a través de las aguas oceánicas hacia Europa. Viví en España por varios meses y aprendí a moverme, lánguido y pausado, como los locales. Viví entre siglos de historia, conviviendo con niños y familias de otras partes del mundo, visitando países cercanos como Francia e Italia. La ciudad de Toledo alimentó mi imaginación y su ambiente toledano cambió mi forma de ver y entender el mundo. Soy de Toledo. Pero de Toledo, España, la vida me trajo al estado de Georgia en los Estados Unidos. Lugar en el que más recurrentemente oigo la pregunta “¿de dónde eres?”. En un estado donde la mayoría de los inmigrantes Latinos provienen de México o son descendientes de mexicanos, la pregunta tiende a ser un camuflaje para “¿eres mexicano?”. No hay forma de ser preciso en la contestación. Muchas personas asumen diferentes estereotipos o prejuicios basado en la respuesta al emisor. El matiz sociopolítico anclado a la contestación crea una idea mal informada al que pregunta. Al preguntar “¿de dónde eres?” se asume que la persona, ya sea por sus facciones físicas, color de piel, o acento al hablar inglés, proviene de un lugar diferente al que vive. Si se proviene de otro lugar, entonces se asume que la persona no pertenece a ningún otro lugar, que es forastero, que no hay vínculos significativos o formativos con otro lugar que no seas el de origen, que por consiguiente se es diferente. La expectativa simplista de una contestación singular ignoraría que mi Alma mater está aquí en Georgia, que soy el dueño de un condominio a las afueras de la ciudad de Atlanta, que adopté a mi perro en el norte del estado, que aquí he forjado amistades, que soy parte de un grupo de profesionales, que pertenezco. Si mi contestación fuera “soy de Puerto Rico”, todos esos elementos significativos perderían su importancia solo por el afán de encasillarme.

Así que cada vez que oigo la pregunta, introspectivamente digo ¿de dónde soy? Y por mi mente pasan los colores del flamboyán en las montañas moroveñas, el sabor a arroz con gandules de las navidades boricuas, el cálido rose de las aguas caribeñas, el sudor corriendo por mi espalda ante el calor antillano, la imagen de una pintura del Greco colgada en una pared española, el olor al otoño en el sur de los Estados Unidos. ¿De dónde soy? Honestamente aún no sé. Me faltan muchos lugares por visitar, muchas experiencias de las que aprender, muchas tierras en donde echar raíces. Soy de aquí y de allá. Soy del lugar en donde habitan mis recuerdos y del lugar en que pisan mis pies.

La discusión de Taiye Selasi’s “Don’t ask me where I’m from, ask where I’m a local” (No me preguntes de dónde soy, pregunta de dónde soy local) puede ser vista en el siguiente enlace:

http://www.ted.com/talks/taiye_selasi_don_t_ask_where_i_m_from_ask_where_i_m_a_local

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